Siempre hay una primera vez en la vida, por ejemplo, esta es la primera vez en la vida que veo liberar tortuguitas, y la verdad jamás pensé que sería en las Playas de Puerto Peñasco.
Es un evento que involucra muchos sentimientos. Es muy bonito, emotivo, pero también es estresante.
Había ido a otras playas para tal efecto y por alguna u otra razón no había ocurrido, hay unas que de plano hay que anotarse y apadrinar para su cuidado. Después te avisan para que puedas irlas a ver moverse rumbo al mar. En muchos es un evento de preferencia con un número reducido de personas, y ahora entiendo por qué.
Nos avisaron y llegamos a la playa antes. Me dio tiempo de observar a la gente y el ambiente que estaba ahí. Todo muy playero; colores brillantes, toallas, mangos en palitos, niños jugando en la arena, música. Lentes obscuros, sombreros, bronceador (o en su defecto, bloqueador), bananas, jetskis… Todos en su mundo, muy ajenos a lo que ahí iba a ocurrir.
Ahí tenía que ser, pues según los cánones, las tortuguitas recién nacidas se tienen que liberar en el área donde estaba su nido ¿Podría ocurrir el choque de dos mundos?
Entonces a mi izquierda se acercaba una figura con una hielera de unicel. Y empezó la procesión detrás de ésta a la que se fueron sumando más y más personas, conforme se corría la voz ¿Qué ocurre? Pues tortugas bebes listas para iniciar su travesía.
No sé si la bióloga Itzel Carolina Cárdenas, encargada de los nidos y su incubación, esperaba tanto quorum. Dio una breve explicación y abrió la tapa de la hielera indicando que podían acercarse a ver, tomar fotos, pero no meter la mano o tocarlas. Después nos acomodaríamos en una valla humana, dejando el paso libre para la carrera de tortuguitas.
Estaban hermosas, como si estuvieran recubiertas de terciopelo negro. Ansiosas por salir , siguiendo el llamado de su instinto. Te enterneces y quisieras soltar la hielera ahí justo donde revientan las olas, pero no se puede, tienen que cruzar la playa, hacerse fuertes.
La teoría estuvo muy bien explicada, y parecía de sencilla comprensión. En la práctica, aquello hubo un momento que se convirtió en un desastre.
Las tortuguitas se enfrentaron a gigantes que gritaban emocionados y les tapaban el sol. No escuchaban las olas, no podían guiarse por el sol. De tan efímero el momento queríamos tomar las más fotos que pudiéramos. Los niños se emocionaban y algunos padres supieron apreciar la maravilla de la ocasión y aprovecharon para enseñarles a sus hijos sobre el respeto al mundo natural, pero otros si de plano (perdón), dejaron que sus críos hicieran lo que quisieran y ellos lo mismo. No sé si creían que estaban en un petting zoo que estaba incluido en los amenities del resort y llegó un momento en que la bióloga y sus ayudantes no se daban abasto con las amonestaciones y las llamadas de atención. Por fortuna varios de los mismos presentes empezaron a solidarizarse y a cuidar a las tortuguitas dispersas.
Una se escapó del disturbio y se fue en diagonal, muy decidida al mar. Fue de las primeras. Otras dos la siguieron, ya bajo la atenta mirada de uno que otro curioso que las cuidaba. Otras caían en los huecos provocados por nuestras pisadas y parecía pista de obstáculos. La valla se tuvo que ir ensanchando, pues las tortuguitas no iban derecho… Y la marea bajaba.
Guías turísticas, guardias de seguridad del Sonoran Resort y Policía Municipal, estaban ayudando a seguirle la pista a las tortuguitas, que una vez que el semi círculo se hizo más grande y la gente se disipaba, se aplicaron en encontrar su ruta. Sin embargo, ya había algunas cansadas, asoleadas y ahí empieza un poco el estrés; estar ahí y ver como se están agotando, y no poder hacer nada. Como algunas perdían el rumbo y se regresaban. La cruda supervivencia.
Sin embargo, con un poco de ayuda de la bióloga, todas llegaron al mar. Me hubiera roto el corazón ver a alguna parada por ahí. Entiendo lo de “selección natural”, pero los sentimientos les vale un poco la lógica. Fue fácil una hora de estar ahí, siguiéndolas, viéndolas. Hasta que por fin, el mar las engulló. Ahí todos soltamos el aliento.
Seguir el sol, oír las olas. Sin duda, la prueba de la playa fue dura. A ver cuantas Golfinas regresan en años venideros. Entonces, comprenderán que es una experiencia en dos etapas.