Por José Antonio Pérez
Los puerto peñasquenses siguen fieles y no faltaron a la tradición de la celebración del Día de Muertos, pues los tres panteones de la ciudad lucieron repletos de gente, vida y color.
Cientos y cientos de personas se dieron cita durante todo el día a los cementerios localizados en las colonias Centro, Oriente y San Rafael, cuyos estacionamientos, a diferencia de todo el año, fueron insuficientes para dar cabida a la gran cantidad de automóviles que se acumuló en el exterior.
El solitario y hasta temeroso aspecto que habitualmente caracteriza a los camposantos cambió radicalmente con el colorido de las flores, las coronas y el ir y venir de tantas personas que acudieron a rendir culto a quienes se adelantaron al llamado viaje eterno.
El olor a flores, combinado con el de pintura nueva y los diversos antojitos a la venta, se mezclaron en el ambiente, en el que por doquier se veía a niños, mujeres y hombres afanosamente limpiar, adornar y reparar las tumbas que sirven de morada a los fieles difuntos.
Carpas para contrarrestar el efecto del fuerte sol, música, tanto viva como electrónica, alegría y llanto fueron también algunas de las otras características que se observaron ayer.
Desde muy temprano fue notorio el despliegue de elementos de la Policía Municipal que dieron orden y seguridad a los dolientes.
Isaac Pacheco Robles, director administrativo de Servicios Públicos, notificó que se desplegaron cuatro pipas para garantizar suministro de agua en los panteones, además de que se colocaron vehículos para depositar la basura y se instalaron doce servicios sanitarios portátiles.
Humberto Souza, coordinador de Gabinete Municipal, notificó que se expidieron alrededor de 56 permisos para la venta de flores, alimentos y otros enseres, 26 de los cuales se asignaron al panteón número dos y el resto se distribuyó en los cementerios uno y tres.
Pero no todo fue color, recuerdos y culto, en los recorridos hechos por los recintos donde yacen los muertos se pudo apreciar también a los olvidados, aquellos cuyas tumbas lucen totalmente abandonadas y sin vestigios siquiera de una flor o corona.
De ahí en fuera el resto fue de un ambiente en el cual la tristeza se mezcló con la alegría y por supuesto no faltó quienes hicieran su agosto con los puestos de flores, comida o coronas que infaltablemente se asentaron en las afueras de los dos camposantos.