Lo había visto hace ya tiempo en Sandy Beach, gente remando parada en una tabla e inmediatamente me vinieron flashazos de cuando quise esquiar en un lago… Y me dije de inmediato «oh no, eso definitivamente no es para mí». Imaginen lo desventurados de mis intentos (creo que en una ocasión el instructor, a riesgo de que le pidiéramos el dinero de vuelta, ya que no pasaba de la orilla, sacó como último recurso una dona inflable y me dio un paseo en ella).
Luego en un viaje en el barco Ecofun, Maru sacó la tabla y como si fuera cosa de todos días, estuvo remando, dando vueltas entre los lobos marinos. Me invitó a intentarlo, pero no insistió mucho, aún estaba mareada por el trayecto y traía ropa de civil (yo, no Maru).
Tiempo después vi en face un video que rentaban SUP, en el cual, lo único que pude apreciar, fue el oleaje, y me repetí a mí misma «noup, si caminando en suelo firme luego me tropiezo». Sin embargo, con eso, no desaparecían las ganas de intentarlo (no en el mar, pero sí en una alberca, digamos).
La imagen que da es muy atlética y aventurera.
Luego desaparecieron de mi radar; no supe de ellos (los que rentaban SUP en la playa), hasta que vi la foto de dos amigos muy parados sobre sus tablas, pasando por debajo de un puente, y, obvio se me renovaron las ganas de intentarlo. En Facebook pueden encontrarlos como @rockypointpaddleboarding (SUPing the Sea Paddle board rentals and lessons Rocky Point Sandy Beach).
«Un día de estos» se convirtió en el mantra de cada fin de semana. Entonces Sami me invitó a unirme a la excursión con su grupo de amigas. «Tu dijiste una vez en la oficina que querías hacerlo, pues vamos».
Y claro que fui. Me tragué mis malos pensamientos y decidí por lo menos intentarlo. Si no se podía, siempre estaba la opción de parecer gato mojado abrazando la tabla.
Obvio, esto fue antes de que empezara el frío. Y ahora les estoy contando esto, porque parece que ya se calentó un poco el ambiente y los vi muy activos en el Taste of Peñasco.
Bien, por principio de cuentas, recuerden que se van a mojar, y piérdanle el miedo a eso. Una vez superado ese inconveniente, la verdad ya estamos del otro lado (sino en pose de héroe, con una rodilla en la tabla, por lo menos sí hincados y con mucho balance). Y a divertirse.
Estaban en Laguna del Mar, en la casa club de golf. Ahí, el oleaje es prácticamente inexistente; digo, si hay movimiento, pero no es como intentarlo en la playa de Sandy Beach.
Los instructores, Ernie y Donia, son muy lindas personas; todo el tiempo te animan, te acompañan y tienen paciencia infinita (muy importante), y si de plano ven que ya no puedes, te pueden remolcar (que nunca ha pasado, pero lo ponen sobre aviso), así el grupo que llega junto, se mantiene junto.
Pero, no nos adelantemos. Paso a paso.
O bien vas en kayak o eliges una tabla. El recorrido es de dos o tres horas más o menos y (sorpresa) solo de ida, que créanme que aún con todo el entusiasmo y la adrenalina acumulada en su ser, lo van a agradecer.
El asunto aquí es que, obvio, yo quería tomar fotos (ahí mi “miedo” a mojarme). Sí ya sé, uno no siempre piensa bien las cosas. Entonces me hicieron la recomendación: si quería fotos, lo mejor era optar por el kayak; ahora bien, si mi cámara era contra agua (lo cual no era), y yo ya dominaba casi a la perfección la dinámica de la tabla, no habría ningún problema. En todo caso, ellos tomarían chorrocientas mil fotos.
Obvio, como no sabía absolutamente nada de la dinámica de la tabla, y no había ido hasta allá para “rajarme” y subirme a un kayak, le di la bendición a mi cámara metiéndola en la mochila; también el celular (no iba yo agregar distractores intentando el consagrado “selfie”) y decidí entregarme de lleno a la tabla.
Punto número uno: la seguridad. Te dan un cinturón flotador, (que parece cangurera), el cual, ante cualquier eventualidad, jalas una cuerda y ¡pum! se abre, como chaleco salvavidas de los aviones. Aunque el lago no es profundo, no está de más. Sobre todo por los pequeños
Punto número dos: la explicación. Hay que entrar al agua y sentarse sobre la tabla. Luego hay que hincarse y así remar unos cuantos metros, para acostumbrarse a la cadencia de la tabla y el cuerpo. El asunto del remo tiene su chiste; se tiene que ajustar a la altura del “participante”, y tiene su técnica: la mano que empuja se ubica en la punta del remo, la otra a la altura del pecho; primero de un lado, después del otro. Uno y uno. La posición de las manos se alterna y así vas avanzando. Imaginen un gondolero. Pero no se preocupen, no es difícil agarrar el ritmo… Lo difícil es sostenerlo.
Punto número tres: ¡Al agua patos!
Al principio que sentí que todo fluía bien, me sentí heroína (del femenino de héroe, no de la droga) hawaiana. Muy fácil todo. Ya iba yo hincada y envalentonada. Sin embargo, no había avanzado ni siquiera doscientos metros, cuando ya sentía el peso de las repeticiones en los brazos, el antiderrapante de la tabla incrustado en las rodillas, y el abdomen temblando.
A cambiar de posición. En eso vi que ya todos me habían pasado. Las dos niñas, hijas de las amigas de Sami, ya estaban de pie y avanzando como si hubieran nacido haciendo SUP. Que por cierto SUP responde a: Stand Up Paddle.
Yo, pasando de un tortuoso “de rodillas”, a un cómodo sentado (como kayak, pero con los pies en el agua). Pero cuando ya vi a todos poniéndose de pie, empecé a presionarme para hacerlo. Obvio me caí, no una, sino varias veces (así es como supe que el lago no está hondo).
Al principio se me hacía como pararme en una viga sobre una pelota.
—No te presiones, cada quien tiene su ritmo. — Me dijeron mientras pasaban en kayak junto a mí, para ver si estaba bien—Concéntrate en tu cuerpo.
Y de nuevo caí en el agua. No pasaba de la pose de héroe, o peor aún de mi versión de la conocida pose de yoga “perro mirando hacia abajo”.
Todo el recorrido es muy zen; el ambiente, el ruido del agua, las aves, el sol, la arena. Y le aunamos el balance, y el estar aquí y ahora, en el presente. Parece que no pasa el tiempo. La concentración que solo se rompe con las risas o el splash del agua. Muy bello, pero lleven bloqueador.
A la mitad del recorrido hicimos un descanso (y que bueno que dijeron descanso, porque como llegué al último, pensé muy a mi pesar que ahí terminaba el paseo). Ahí te ofrecen una botellita de agua, estiras las piernas, intercambias impresiones y luego, a seguirle, porque créanlo o no, está pesadito. Lo que significa, que es buen ejercicio, y sin duda, una actividad excelente para poner en práctica la tolerancia y perseverancia.
Pero bueno, hemos llegado ya a la segunda parte, donde está el icónico puente de las fotos tomadas por Ernie y Donia de SUPing the sea. Salen imágenes que evocan la canción de Survivor, “The Eye of the Tiger”.
Entonces, por el bien de mi ya muy mojada dignidad, tenía que pararme. Aunque sea cruzar el puente, sin moverme solo dejando que la corriente del agua me lleve.
Ese era el momento y lo logré. Fui la última en ponerme de pie, y me caí inmediatamente después de pasar por debajo del puente, pero tengo mi foto (no que salga bella y espectacular, pero salgo de pie).
Después me fue más fácil y más fácil hacerlo. Porque, ahí no acaba el recorrido. Es una sensación muy linda. A la vez te llenas de orgullo de ti misma, y te entra una energía (gracias al entusiasmo) bárbara.
El secreto es no tardarse; pasar de hincado al “perro mirando hacia abajo”. Ya los dos pies bien plantados, de una sola intensión, ir subiendo con ayuda del remo, manteniendo el equilibrio con las caderas. El remo tiene que estar justo en medio y voila! No te preocupes, como bien dijeron: “cada uno tiene su tiempo” … Y una confidencia que me hicieron después «este lago, es muy amigable. Pueden hacerlo desde niños hasta personas de la tercera edad, y no ha habido nadie que no pueda».
El paseo termina hasta casi la orilla del mar. Una vista muy bonita. Yo me sentía fantástica, como protagonista de película marina, que, si hubiera visto yo un delfín, tortuga, o pez medianamente grande nadando junto a mí, me desmayo de la emoción (y ahí si hubiera funcionado bien la cangurera inflable, supongo).
En ese momento, ya me había habituado a remar de pie, pero di gracias que la camioneta me llevara de regreso al punto de donde partimos.
En cuanto puse los pies en arena seca, los brazos me dolían; los sentía lacios y el abdomen me temblaba. A las pobres piernas les faltaba fuerza.
No les quiero decir cómo me levanté al día siguiente. Me sentía un T-Rex insolado, pero feliz. La actividad me gustó, la verdad que sí, y la hubiera hecho cada fin de semana si pudiera, pero se requiere de mucha tolerancia al sol que no tengo.
Si van a pilates o yoga, les va a encantar (por aquello del balance y el centrarse en uno mismo), incluso escuché a alguien decir que sería genial tener una clase de yoga sobre las tablas, pero a los demás (simples mortales como yo, o mejores), de verdad inténtenlo, si les va a gustar el paseo y la novedad.