Un mundo sin horizontes

Por Imanol Caneyada

El mundo no es el que era. Sin las certezas de la ciencia ni la fe como pilar de nuestros actos, la posmodernidad sienta sus reales, cancela el futuro y no nos queda más remedio que vivir intensamente el presente, el aquí y el ahora, llenando el vacío con satisfactores materiales.

Así que el futuro no será de nadie.

FDL-Óscar-de-la-Borbolla-El-futuro-no-será-de-nadie-1-620x412 Un mundo sin horizontesÓscar de la Borbolla, sentado al borde del escenario del foro principal de la Feria del Libro de Hermosillo, al borde mismo del abismo de un tiempo en el que las verdades absolutas han muerto y el relativismo nos orilla a percibir la realidad de forma individual; presentó ayer 1 de noviembre su más reciente novela El futuro no será de nadie, y nos dijo entre irónico, sarcástico y dicharachero, que el mundo ha perdido sus horizontes.

El novelista quiso la cercanía de un público devoto y la obtuvo. Él abandonó la escenografía lejana del escenario y se sentó en el proscenio casi en posición de flor de Loto. Los asistentes dejaron su aislamiento entre las sillas y se juntaron en las primeras filas.

Luego, el monólogo de Óscar de la Borbolla nos llevó por su historia personal y la historia de la humanidad como preámbulo de lo que lo trajo a esta ciudad: un triángulo amoroso narrado con su magistral prosa; una historia de desamor, como la mayoría en la tradición literaria universal, en la que los amantes posmodernos ya no son capaces de comprometerse con aquello de hasta que la muerte nos separe, no.

Dice De la Borbolla que eligió el amor para reflexionar sobre la posmodernidad porque la ciencia, la religión y la filosofía no le interesan a la mayor parte de la gente. Dice que eligió el amor porque en su expresión moderna y actual, podemos encontrar los síntomas de nuestro tiempo.

El novelista llegó a El futuro no será de nadie por un largo camino que lo remite a su niñez, cuando la bravura del barrio donde nació lo obligó a encerrarse en su casa y a refugiarse en una bizarra y pequeña biblioteca, cuyos títulos eran de todo menos aptos para pequeños.

Llegó después de probar con la filosofía y la teología, en donde no encontró respuestas.

Fue concibiéndola cuando, a través de su columna Ucronías, en la que inventaba noticias absurdas que la gente tomaba como ciertas, concluyó  que la realidad no era más que un producto de los medios de comunicación.

Nació de su pluma delirante para poder explicarse y explicarnos que en el presente ya no hay una sola verdad, la ciencia ha fracasado como panacea de la humanidad, el arte no aspira a la perfección y las decisiones trascendentes, bajo la sombra del relativismo, se toman por consenso porque nadie quiere equivocarse solo.

Con su estilo corrosivo, fantástico, de humor negro y frase exacta, Óscar de la Borbolla plasma en esta novela el desaliento del presente, la zozobra del amor romántico, el hedonismo exacerbado de una sociedad que en el fondo sabe que el futuro no será de nadie.

Una novela que algunas voces críticas ya señalan como la más lograda del autor de títulos tan geniales y originales como Las vocales malditas o Asalto al infierno.                

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