Por Imanol Caneyada (enviado por Carlos Sánchez)
Fue la noche de Sergio Galindo, con teatro lleno y en el escenario, tres valedores, tres cómplices, tres hombres de teatro dispuestos a mostrarnos lo que significa este dramaturgo para la escena del noroeste. No, mejor, para la escena y punto, que eso de andar encorsetando al creador en regiones le quita volumen a la obra.
Fue una noche donde tres grandes, José Ramón Enríquez, Irineo Álvarez y Jesús “Chobi” Ochoa, se vistieron de modestos para reconocer lo que Sergio Galindo ha significado para sus carreras, pero sobre todo, para poner en su justa dimensión la obra de este autor teatral que ha sabido captar como ningún otro “el sonido, el ritmo, la respiración y los giros lingüísticos” de los habitantes de la sierra sonorense, pero sobre todo, la tragedia del despojo y el éxodo.
Claro que se trataba de recordar anécdotas ante un público ávido de ellas, y de la singular chispa de nuestro actor de moda, nuestro particular “charolastra”, el buen “Chobi”, a quien se le agradece que, al menos en estas tierras, siga siendo el “Chobi” y se saque fotos con todo mundo.
“Cuando terminé la Normal, Sergio me dijo: No te hagas pendejo, tú no eres maestro, tú eres actor”, platicó Ochoa a un auditorio dispuestísimo a aplaudirle todo.
Así la importancia del maestro Galindo en ésta nuestra escena. Mientras tanto, Irineo se asumía como el actor de cabecera del autor de “Huevos rancheros” y declaraba sin ambages que su carrera se la debía a Galindo, que en el caso de un actor es como decir que le debe la vida misma.
Fue José Ramón Enríquez, mentor de Sergio en muchos sentidos, quien puso sobre la mesa el siempre debatido tema de si el libreto teatral, más allá del hecho escénico, es literatura. Si el texto, en las manos de un lector, puede leerse como se lee una novela, un cuento o un poema.
Y es que la noche de ayer se trataba, además, sobre todo, de presentar la edición de “Trilogía bajo el agua” que el Instituto Sonorense de Cultura preparó para la Feria del Libro de Hermosillo 2012, a propósito del homenaje a su autor. Una edición sobria y cuidada de las tres, creo yo, tragedias modernas que Galindo escribió para contarnos del despojo y el éxodo que sufrieron los habitantes de Batuc, Tepupa y Suaqui cuando la modernidad inundó su forma de vida, su manera de entender el mundo, su universo.
En 1962, el presidente de la República, Adolfo López Mateos, como un dios perverso de la cosmogonía griega, decretó levantar un muro para contener las aguas del río Moctezuma, sin importar que bajo ellas perecieran agónicamente estos tres pueblos de los que ya no queda memoria, salvo por las voces que Galindo supo plasmar en escena, y ahora, gracias a la impresión, eternizar en letra de molde, que siempre es más duradera que el efímero hecho teatral.
El entonces adolescente Galindo, enamorado de los mentideros serranos, de sus acentos, sus modismos y su filosofía, al saber de los estragos que el progreso era capaz de hacer, y al constatar que gobernantes y gobernados en Sonora celebraban entusiastas la puntada del omnipotente jefe del Ejecutivo, se prometió llevar a escena la tragedia de estos vaqueros que tuvieron que cambiar el caballo por la bicicleta, nos dice el autor, y el rancho por la casita Infonavit.
A lo largo de los años, a “Agua pasa por mi casa” le siguió “Más encima… el cielo” y remató con el soberbio monólogo “El último vaquero”.
Tres obras, nos dice el maestro Enríquez, que “en el lenguaje encuentra Sergio Galindo el espíritu mismo de la tierra, porque la tierra es ritmo. Los sonidos de esas voces tienen dentro de sí conceptos indescifrables. Hay que saber oírlos, no para decodificarlos sino, humildemente, para empezar intuir cuánto vienen a decirnos nuestros muertos”.
Tres obras que ahora están a disposición del lector.