«Si no creemos en la libertad de expresión de aquellos que despreciamos, no creemos en ella en absoluto».
Noam Chomsky
Esta frase me llegó como bala con motivo del día de la libertad de expresión (el 7 de junio). Incluso la puse en mi face.
Es poderosa y verdadera. Tan cierta que la pasamos por alto y se nos olvida.
Últimamente podemos ver por todos lados confrontaciones y demeritaciones; hacemos menos la opinión el otro y no como una negociación, sino como un ataque, como si al no pensar y tener las mismas ideas que nosotros no mereciera ser persona.
Pero lo es. Y su opinión se formó de alguna forma.
No hablemos de política, religión o fútbol, como decían nuestros padres como advertencia cuando se empezaban a caldear los ánimos (pero tarde o temprano terminamos por tocar esos tópicos ). Hablemos de ciencia, cine, literatura, de gatitos y perritos, de la educación de los niños… hay quienes aman a David Lynch hay quienes no lo toleran, hay quienes alaban a García Márquez y hay quienes creen que es un escritor sobrevalorado, quienes prefieren a los gatos que a los perros, y otros que de plano mejor se compraron un puerco. En educación, hay padres que aseguran que un manazos o coscorrón a tiempo es lo correcto y hay quienes prefieren hablar con sus hijos en la barra de la cocina sobre los pormenores de la falta.
Las ideas vuelan, llenan los blogs, los videos y si gustas, sus opiniones las puedes tomar como sugerencia y si no, ya te veo simplemente cerrando la ventana. Tan simple.
Tal vez no estés de acuerdo con toda la opinión, la sugerencia, o la exposición de motivos, pero hay algunos puntos que igual creas que merecen ser considerados.
Metaleros que siguen el ritmo con la cabeza con Shake de Taylor Swift en el transporte público, rockeros de corazón que no tienen empacho alguno en bailarse una cumbia o dos cuando la fiesta lo amerita, y gente que odia Despacito, pero que se sabe la letra del coro con cierta resignación (como yo misma). Descubres que no eres o blanco o negro, que, perdonen el cliché, aunque te guste vestirte de negro o de blanco, hay toda una gama de colores que combina y no hay nada de malo en traer un bolso rosa, los tenis azul eléctrico o las uñas verde limón.
Un poco de rebeldía que nos hace sentir auténticos.
Esa es la libertad, es la negociación o el reconocimiento de que el otro es humano y tiene sus propios procesos, necesidades e historias. De que podemos coincidir en algunas cosas y en otras no, en que podemos desafiarnos, confrontarnos porque es importante ver estar conscientes de que nuestra realidad no es la única, pero es la que aceptamos ver. Como les decía, el otro también es persona.
Si nos convenciéramos y convenciéramos al otro de que solo los tacos de carne asada son lo único que vale la pena comer, nos perderíamos de otras tantas delicias culinarias (aunque entiendo perfectamente que los tacos de asada son la onda). La moda influencia bastante al pensamiento colectivo, sin embargo, es eso, moda, no es un pensamiento absoluto y por ende tampoco correcto.
Piensen por un segundo como se adquieren los grandes cambios; cuestionando lo establecido, redefiniendo los límites de lo normal, deconstruyendo lo otorgado. Es la curiosidad, lo intrépido de la mente, su capacidad de imaginar, armar generar ideas ¡Somos fabulosos!
Por eso las tesis y los trabajos de investigación (en teoría, porque ya en muchos lados son solo trámites engorrosos) en las universidades y escuelas. Por eso la imposición de usar diferentes fuentes para armar un ensayo, por ejemplo. Porque, aunque las opiniones se pueden parecer, todas tienen su tinte personal.
Sin embargo, muchas veces nos enojamos y en vez de intentar entender las ideas, insultamos a la persona. Y ahí es donde las cosas se ponen color de hormiga (una vez una amiga me mandó una foto de una hormiga del Amazonas, tenía un color rojo bastante encendido).
Amigos que se ofenden porque no piensan igual que ellos, familiares con cierto resentimiento porque el otro se ha atrevido a estar en contra de lo que se cree es correcto. entonces, se demerita, es menos y se darwinianamente, se le empieza a considerar como un poquito antes del hommo sapiens.
En mi caso, me ha costado bastante, pues me considero una persona agnóstica y mi madre es ultra católica (ultra). Aun así, sentarme a discutir con ella y mis hermanas de temas “éticos”, políticos y controversiales (el fútbol nos viene valiendo madre), de los momentos más deliciosos de mis vacaciones. Obvio, luego los ánimos se encienden bastantito en ciertos puntos, pero qué sería de una buena discusión si no.
Horas y botellas de vino debatiendo, provocando y recibiendo diferentes versiones de verdades absolutas, con la única condición de que se pueden atacar las ideas (hasta cierto punto los dogmas), pero no las personas. Y al final, ella sigue siendo mi mamá, mis hermanas mis hermanas, todas inteligentes y las mejores personas que quieren ser. Se superan, aprenden, sonríen, se enojan, se frustran, se entristecen, se alegran, se sienten solas, se cuestionan sus decisiones, abrazan su rutina, buscan consuelo, leen, se fastidian, lidian con idiotas, tienen diferentes gustos, nunca nos podemos poner de acuerdo total para ver una película en el cine, a veces no nos gustan los mismos libros… en fin, personas . No digo que sea un asunto perfecto donde todo son risas y unicornios socráticos, no, nos agarramos luego del chongo bien sabroso, pero aún así, a la menor provocación y descorche, ahí estamos. Como diría mi hermana «nos gusta la mala vida».
Lo mismo mis amigos (los pocos que tengo, claro). Saben que a lo mejor no puedo estar de acuerdo con lo que piensan, pero que estoy contenta de escucharlos y de que puedan expresarse libremente. Esa ha sido mi máxima, mi mantra, desde que conocí la frase célebre.
(“Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo” es una frase real, pero en realidad nunca la dijo Voltaire como comúnmente se cree, sino que la utilizó su biógrafa británica Evelyn Beatrice Hall, en el libro Los amigos de Voltaire, que se publicó en 1906, donde recreó una falsa conversación- tomándose una licencia literaria para darle más sabor al caldo- en la que pretendía mostrar las bases de las ideas progresistas y liberales de Voltaire).
No trato de cambiarlos. si quieren saber, creo ese es el secreto: aceptar a las personas por quienes y como son.
Ahora bien, entiendo, a ellas las quiero y por eso es más fácil… pero ¿y la gente que no te cae? ¿la que desprecias? Bueno, con ellos trato de tener las mismas consideraciones respetuosas, pero con menos paciencia, la verdad. Pero si en la discusión, podemos llegar al entendimiento, de que el otro es un ser inteligente y dispuesto a abrir sus ideas, lo más probable es que termine por no despreciarlo del todo.
Tal vez me siga cayendo gordo, y no deje de ser un antipático, como ya me ha ocurrido, pero lo consideraré una persona interesante. Algo así como un enemigo cordial.
Sin embargo, esta es la parte personal, la bonita, la de la sociedad utópica de personas sapientes en cafeterías y barras de cocina con vinos de por medio, por así decirlo. Pero en México la libertad de expresión tiene otra connotación: la del miedo y la muerte. Como con el recién fallecido periodista Javier Valdez (entre otros tantos). No es un secreto que estamos de corrupción hasta el cuello.
Los trolles en internet, que generan mentiras y difamaciones, defendiendo lo indefendible contra quienes denuncian, dan noticia. Desprestigiando, sembrando odio, y miedo, ocultando, tal vez, a quien se manifestará en plano terrenal cumpliendo lo amenazado. No es un secreto que el periodismo está en crisis, y en muchos casos es una profesión de valientes y mártires; de gente que busca sobrevivir en una pecera con pirañas.
Dicha libertad es “respetada” mientras no se afecten los intereses de nadie. De nadie, no sólo de políticos o clases élite. Por ejemplo, el caso de Tamara de Anda (Plaqueta), que su denuncia fue en contra de una persona tan cualquiera como cualquier taxista y, desde los noticieros, medio México se le fue encima, o de la periodista a la que le bajaron los calzones en la vía pública, Andrea Noel y tuvo que salir huyendo un rato del país… son atacadas y acosadas virtualmente por quien se sienta con ganas de ello. Sólo por mencionar dos casos, pues hay miles; los sonados, los no tan famosos, los silenciados, los que nadie pela, los locales, los que se consideran tan insignificantes que solo se tratan en psicólogos o mesas de bares, los que se tragan con un “bien” cuando se llega a casa y les preguntan que como les fue.
No es de sorprender que algunos por el bien de sus familias mejor se dediquen a hacer notas inocuas, a diseñar, a manejar un uber, a tener una papelería o florería. Y así el silencio busca caer poco a poco como cortina de hierro, cerrando el negocio.
Pero aún hay héroes que creen en la libertad de expresión aún de aquellos a quienes desprecian, y defienden hasta con la muerte ese derecho.
Nota al pie: La foto la tomé en un Cervantino aquí en Puerto Peñasco, y es de un tapabocas y accesorios que hace Adry Cr, muy al estilo manga, cosplay, Harajuku y esas ondas.