Por Guillermo Munro Palacio
La mañana del 24 de diciembre de 1952 desperté extrañando las canciones con que cada día mi mamá nos despertaba. Fui a buscarla a la cocina donde la encontré colando café en la cafetera de talega. “Tu papá no llegó” dijo. Había tristeza en su voz. Regresé al catre donde mi hermano René estaba aún dormido. Lo moví y le dije: “Mi apá no vino”.“A lo mejor llega más tarde”, contestó dándose vuelta y cubriéndose con la cobija. Mi hermano Neto, de cinco años estaba dormido en la cama de mis papás.
Fui al improvisado árbol de navidad, una rama de pino salado cubierto con bolas de algodón que simulaban nieve y en la punta, una estrella hecha de papel plateado extraído de las cajas de cigarros, que coleccionábamos para éste propósito. Recogí algunas bolas de algodón del suelo y las coloqué de nuevo en el árbol. “Vamos, levántate”, le dije a René. “Vamos al muey”, así le decíamos al muelle. Nos sentamos a la mesa y terminamos la avena caliente con canela y leche de bote Carnation. Salimos sin decirle nada a nuestra mamá. Era una mañana muy fría. Llevábamos unas chamarras de lana a cuadros y unas gorras casi iguales con orejeras. Nos abrochamos las chamarras y nos amarramos las orejeras bajo las mandíbulas.
Vivíamos en la calle 16 de Septiembre. Al salir nos topamos con Chico Angulo y Oscar Carrasco. “¿Pa’onde van? –nos preguntó Chico.“Al muey. Pa’ ver que barcos llegan y preguntarles si vieron el barco de mi apá”.“¿Qué les va a amanecer?”.“Trajes de vaqueros”“Con pistolas y sombreros”, dijo René.“¿Onde los venden?”, preguntó Oscar Carrasco.“Mi amá los encargó por catalogo, al Aldens”, contesté.“No. Los encargó al Sears”, dijo René.“Ya llegaron. Los escondieron con llave en el ropero”, dije yo.
Nos fuimos caminando. En el callejón de La Chinesca nos encontramos al Temo Quevedo rumbo al muey. Algunos barcos que llegaron la noche anterior estaban descargando camarón. Ahí andaban El Bitín Borboa y el Lencho García, Manuel y Martín Angulo y el hermano del Chico, Julián. De otro barco descargaban totoabas. El Temo y Julián se regresaron por unos cuchillos para cortar los cachetes y las gargantas que son muy sabrosas fritas en manteca. La chamacada y algunos adultos les quitaban la garganta y los cachetes antes de que las tiraran. Otros se llevaban una cabeza y una cola para hacer caldo con ellas.
René y yo nos subimos en una panga que iba y venía de uno de los barcos. Ya arriba le pregunté al patrón del barco si había visto al ‘Alberto A’ que era el barco que capitaneaba mi papá.“Lo vimos frente a Puerto Libertad. Parecía que tenía problemas con el timón”, dijo el capitán. René salió de la cocina del barco prendido a una lata de leche condensada. Me la pasó y tomé un trago largo. De regreso nos desviamos al cine Goya como lo hacíamos a diario para ver la cartelera cinematográfica. Por ser navidad tenían la especial de 2 personas por un boleto. Eran dos películas americanas. Una con Humprey Bogart y la otra con Audy Murphy.
En la casa le dijimos a nuestra mamá del problema del ‘Alberto A’.“No se vuelvan a ir sin permiso”, dijo ella. “Necesito mandarlos a la tienda por algunas cosas”.Fue al armario, sacó dinero de una de las puertas y nos dijo:“Con Beto Mitre traigan 6 kilos de masa, de con Roberto Guzmán, 2 kilos de carne. Pidan pescuezo”. Luego nos dio una lista de todo lo que necesitaba para los tamales y buñuelos. “Vayan con Chindo y con El Faro por lo demás. De regreso vayan a la gasolinera Limón por petróleo para las lámparas y por leña para el brasero con Jesús Cornejo”. El brasero era una lata cuadrada mantequera.
“Antes vamos al cerro” le dije a René. “A lo mejor de arriba vemos al barco de mi apá”.Nos sentamos en unas rocas enormes frente al mar. Arriba se sentía más el viento helado que ardía en la cara. Rebuscamos el horizonte pero no se veía nada. Abajo, en las piedras, cerca del Hotel Cortez, había algunos lobos marinos. Hacía tanto frío que bajamos rápido rumbo a las tiendas.Llegamos a la panadería del papá de Jorge y El Tilico López y compramos dos cortadillos. Yolanda, la hermana, nos atendió.Esa noche, El Serapio, El Teodorín, El Monchi Robles, Rafael Luis Sotelo y otros chamacos entramos al cine en cuanto abrieron. Antes de eso Serapio y yo habíamos ido al muelle con la esperanza de ver al ‘Alberto A’, pero ni sus luces. Por todos lados había chamacos con sus luces de bengala y tronando cuetes, Octavio y Oscar Ortega, Armando Valle y Jorge Ren entre ellos. Aunque uno estaba acostumbrado, sentía el vibrar de la planta diesel de luz y como fondo, se escuchaba el ruido sordo del motor. A la salida del cine, convencí al Serapio de ir una vez más a checar los barcos. Tuve que ofrecerle un champurrado y una empanada en el restaurante de doña Beatricita para convencerlo.Después me dijo que su mamá, la Chata Olivarría lo había castigado por irse al cine y al muelle sin permiso.
Durante el trayecto al muelle, recé un padrenuestro para que mi papá estuviera ya en puerto. Como no había electricidad y las luces eran de lámpara de petróleo o gasolina, el espectáculo de la vía Láctea y los millones de estrellas en el cielo, me impresionaba.Todas las calles olían a tamales y menudo. Y es que en la mayoría de las casas se cocinaba afuera. Se oían las voces recias y las carcajadas de los hombres alrededor de la lumbrada tomando calientitos con tequila, contando anécdotas interesantes que los pescadores saben contar con mucho estilo. El muelle estaba muy tranquilo. Algunos pescadores que vivían en los barcos cantaban y reían alegremente.
Cuando llegué a casa mi mamá estaba furiosa. Nos hincó a todos a rezar por el arribo sano y salvo de nuestro papá. Cenamos casi en silencio, apesumbrados. Los tamales estaban deliciosos. Los acompañamos con ‘calientitos’ de canela con frutas. Los buñuelos bañados de miel calientita estaban riquísimos. Casi no hablamos. Uno a uno nos fuimos desparramándonos a dormir. En lo más profundo del sueño escuché voces. Me levanté y vi que dos pescadores tripulantes del barco, ayudaban a mi papá a la cama. Temblaba de fiebre. Mi mamá le dio un ‘calientito’ con tequila. Los tripulantes dijeron que habían perdido el timón y que mi papá había buceado tratando de encontrarlo en las aguas heladas del mar. Dijeron que gracias a la habilidad de mi papá, llegaron usando los tangones y las redes para manipular el rumbo. “No quiso que lo ayudáramos. El se fajó todo el tiempo en las maniobras” dijeron los pescadores. Me acerqué y abracé su cuerpo tembloroso.“Fui al muey muchas veces a ver si llegaba. Por la noche también”. Le dije.Hizo un gesto con su rostro apreciando lo que dije. Los dientes le castañeaban. Puso su brazo sobre mí. No dijo nada. Nunca dijo nada después. Era hombre de pocas palabras cuando los sentimientos lo embargaban. Me fui al catre. René abrió los ojos:“¿ Ya es navidad ?”, preguntó entre dormido y despierto.“Todavía no”, contestó mi papá. “Duérmete para que amanezca más temprano”, le dijo con su voz temblorosa.René me miró y dijo:“¿Ya vez, te dije que iba a llegar más tarde?René tenía siete años, yo nueve, en aquella mañana de navidad de 1952.