Por Wendy Fregozo
Un sábado por la tarde, recordé que Jesu me había dicho que ella tenía cosas del mar, que necesito para hacer mis velas. Y como andábamos cerca de su casa aproveche para llegar. Nunca imaginé lo que me esperaba. Conocí su taller donde ella y su esposo, Gabriel, elaboran sus artesanías de conchas y caracoles de mar, y quede fascinada.
Cuando salí de su casa me fui pensando en cuando yo era pequeña y paseábamos los domingos. Íbamos a dar la vuelta a la Cholla, y pasábamos por los pequeños curios, llenos de figuras pequeñas de animales, como ranitas tomando cerveza, todas fabricadas con caracoles y curiosos ojos móvibles.
Yo pensé que ya no se trabajaba esto en nuestro Puerto.
Unos días después, de vuelta en la casa de Jesu, entré al taller y me presentó a Gabriel, su esposo. Un hombre sencillo, con mirada tímida, y muy tranquilo. Sentado tras su mesa de trabajo, rodeado de caracoles y de sus figuras, comenzó a platicarme acerca de su obra.
Por allá de los años setenta, el abuelo de Gabriel, llegó a nuestro Puerto proveniente de Cumpas. Y junto con su esposa, decidieron quedarse a vivir aquí. Aprendió a hacer figuras de caracoles con un amigo que vivía en el área del Mirador. En ese entonces no había electricidad. Las figuras las elaboraban con masa hecha de harina.
El abuelo de Gabriel vendía conchas para el puerto de Rosarito. Había una persona que hacía pedidos especiales. Él las lavaba, y ya limpias, las empacaba en paquetes de un kilo. El papá de Gabriel le ayudaba, aunque no le gustaba tanto la labor de limpiarlos, se quejaba del olor que despedían los caracoles y conchas.
Un día el abuelo lo invitó a entregar un pedido grande y ahí miró él la recompensa de su trabajo. De ahí en adelante, el papá de Gabriel continuó trabajando en este ramo hasta que falleció en el año 1993.
Volviendo a la actualidad. Gabriel recuerda cómo él y sus hermanos nacieron dentro de la familia de artesanos. A ellos, siendo niños, los enseñaban a hacer figuras fáciles como carritos. Cuando Gabriel contaba con 16 años, el ya hacia sus propias figuras y acomodadas en cajas, se iba a la playa junto con su hermano a venderlas.
Me cuenta que les iba bien, pero era muy pesado trabajar así. Más adelante en el Malecón, personas que ya tenían negocio, comenzaron a hacerles pedidos y así conocieron el mayoreo, dejando a un lado la playa. (Actualmente algunos de ellos continúan siendo sus clientes).
En estos momentos está terminando un pedido para un Cliente que enviará 200 dinosaurios creados por él hasta Puebla. Orgullosamente Jesu, a un lado de Gabriel me comenta, que sus figuras han viajado por todas partes.
Cuenta que una en especial. fue a dar al Vaticano, a manos del Papa.
En estos meses del año, en la época de Semana Santa, es cuando tienen más trabajo. Tanto que a veces no se dan abasto. De agosto en adelante bajan las ventas, pero Gabriel y Jesu no paran de trabajar. Ellos no se guían por temporadas. A ellos les gusta trabajar todo el año y nunca les falta el sustento. Sus clientes lo saben y aprecian sus diseños originales y el hecho de que son muy cumplidos en sus compromisos.
Jesu no sabía hacer figuras de conchas cuando se conocieron. De hecho acepta que no le gustaba lavarlas, pero poco a poco, se fue introduciendo en este arte y ahora ella tiene sus propios diseños, así como sus clientes. Ambos tienen, de forma individual, su cartera de clientes para no competir entre ellos mismos. –juntos pero no revueltos. Me comenta sonriendo Gabriel. Forman un buen equipo.
Para poder elaborar sus trabajos, se lleva a cabo todo un proceso; recolectar las conchas, limpiarlas, clasificarlas. No toda la concha sirve, de igual forma el caracol hay que clasificarlo, el que está más bonito y el que no sirve. Se usan conchas de muchas partes del mundo que no hay aquí, y son necesarias para la elaboración de sus diseños.
Gabriel realiza cualquier idea que el cliente le proponga. Al preguntarle cuál es su diseño especial, el que le guste hacer más, sonriendo me contesta que los carros. Él se divierte haciéndolos. Primero comenzó haciendo Jeeps, tubulares, pickups, vochos, de doble cabina y hasta un hummer.
Entre sus creaciones hay de todo; ha hecho desde un conjunto de músicos, hasta aviones y barcos. Jesu se acuerda de un bus grande de turistas donde Gabriel recreó detalladamente a todos los pasajeros a bordo.
Otro de sus fuertes es la elaboración de cantinas a base de conchas. Al asomarte dentro de esas cajas de madera, uno puede mirar las típicas escenas de las cantinas y antros de Puerto Peñasco, recreadas con caracoles y conchas, con todos los detalles.
El origen de estas cantinas comenzó cuando a un amigo de él se le quebró, en el camino de regreso de Michoacán,, una artesanía similar pero fabricada de madera. Su amigo se la regaló a ver que podía hacer con ella. Entonces Gabriel echó mano de su talento y sus conchas, y de ahí comenzó a hacer sus ahora ya famosas cantinas, las cuales ha ido perfeccionando con el tiempo.
La sencillez y humildad que caracteriza a Gabriel se nota en su trabajo, tan modesto es que nunca ha firmado sus creaciones. Dice que se lo han sugerido, pero para él es más importante disfrutar lo que hace.
Actualmente Gabriel y Jesu laboran en su casa en su pequeño pero muy completo taller. Así que a partir hoy, cuando yo visite algún lugar de artesanías y me encuentre una de estas figuras de conchas, la apreciaré, y recordaré que detrás de ella existe un hombre incógnito, de gran talento que no necesita firmar sus obras.