Escribir bien, no debería ser cuestión de gustos

Pero si «Llo lo Ke KieRoos EzcRIviiiiIR AsHIíí»

Vaya que nos hemos topado con ese tipo de controversiales revelaciones en más de una ocasión. Nos da un poquito de cosquilleo interno y torsón de espina dorsal a los más puristas.

Y la pregunta que surge es ¿qué tiene? Pues déjale.

No tengo problema en que la gente quiera desarrollar su propia forma de expresarse, querer ser original y de paso presumir una lesión (de leve a grave) cerebral. En serio no tengo nada en contra de eso… siempre y cuando no sea público y lo hagan en la intimidad de su diario de papel con candado (puede funcionar incluso como protección extra).

Entonces, como me dijeron: «pero es mi muro» «Mi tuiter», mi lo que sea… Sí y no. Es su reflejo, sí. Y no, porque cuando comentan en los demás (porque muchos tienen la manía de no guardarse la expresión de su ser para sí mismos), lo hacen con el mismo estilo y entonces vienen los dramas (porque se comenta de regreso, uno corrige, elimina el comentario, o de plano “desamiga” a la supuesta amistad).

El escribir en esos medios hace evidente nuestra educación, y no hablo solo de la educación escolar, si no la de casa; el cuidado, la deferencia, el respeto.

Lo único que los demás reciben de ese código cifrado, es que pasaron por alto por completo cualquier tipo de desarrollo intelectual, como la primaria (que es donde se enseñan las bases de la comunicación en nuestro idioma). Jóvenes que presumen saber de la vida (fotografiándose en sus uniformes) y no pueden ni redactar una oración.

Poner el cuidado a la escritura de nuestro mensaje,  es un signo de respeto para quien nos lee. Cuando uno escribe, queremos que el mensaje viaje de la manera más clara posible.  Estamos emitiendo una idea o un suceso, para que los demás lo lean (por eso usamos las redes sociales, porque son sociales y queremos vivir vida de celebridades con paparazzis). Pero si a eso le añadimos “esa” interferencia lingüística, es equivalente a interrumpir en una conversación con la boca llena de comida (ajos y atunes) gritando ¡Pónganme atención!, y de paso, entre agrura y eructo, mentar la madre como si padeciéramos de Touretts.  Y al final justificarnos con un «me vale, así soy yo».

Me disculpan, pero así no se le puede tomar en serio, a nadie.  Es el reflejo de un absoluto desprecio por el otro y por todo lo que tenga que ver por «hacer funcionar el cerebro». Más aún cuando el Word, el google y el mismo teléfono ya traen un corrector integrado.

El idioma que aprendimos tiene un código, signos y símbolos que todos los que hablamos la misma lengua conocemos; la «a» es «a», la «b» es «b», las comas, los puntos, las palabras en su conjunto el cerebro las lee y las transforma en imagen. Manzana roja, cielo azul, mar embravecido, arena dorada. Las detecta y así continúa, hilando definiciones hasta construir un panorama. Es por eso que nuestra mente vuela imaginando los mundos descritos en un libro, porque es fácil detectar lo que se nos está diciendo.

Si nos cambian ese código, nuestra mente curiosa, entra en «modo jeroglífico». Se cansa una vez que descubre que lo expresado es de un interés mediano y lo desestima por completo con hastío (no merecía el esfuerzo develar el misterio).  Con la diferencia de que esa misma frase de “interés mediano” escrita de forma común y corriente,  se le consideraría más entretenida y tendría nuestra simpatía (un like).

Redes sociales, ok. Me quejo, pero bueno, ya será la privacidad de cada quien. Muy su gusto, defenderán algunos.  Sin embargo, el problema es que esta forma de escribir no solo queda para la posteridad en el mundo virtual obscuro de las redes sociales, si no que ha emigrado al mundo real. Se hace costumbre, la mente se vuelve perezosa y voila! Aparece una propuesta, un ensayo, una tarea, completamente ridícula. Llegan a la universidad sin siquiera saber separar por sílabas (me consta). Los hay quienes escriben así para dirigirse a su maestro por mensaje de Face o whatsapp («ni modo que les califique eso» ironizan). Es espeluznante ver un curriculum con esos “derrapes” (los hay). Es cardíaco ver un memorándum, un mail, un mensaje de algún colaborador/ compañero de trabajo, con señales de esa escritura. Aparte de todo, lo hacen con osadía.

Recuerdo un compañero de la universidad que con insolente altanería le replicó a una profesora que recalcó sus errores, que «ella no estaba para enseñarle a escribir y que su trabajo era enseñarle otra cosa y que si su ensayo-reporte estaba bien, no tenía por qué andarle bajando puntos». Obvio no estaba bien (una pista: la gente que tiene la costumbre de leer, o estudiar tantito, se interesa un poco más por el la expresión escrita). Cabe decir que no terminó el semestre, que la maestra, haciendo acopio de toda su paciencia, se quedó  callada al no comprender cómo es que ese ser (que no era el único) había llegado hasta cursar los primeros semestres de la carrera. En lo personal no me gustaría un doctor así, un abogado así, un contador así, un arquitecto o ingeniero así, mucho menos un tatuador así. Se los dejo a su criterio.

Sin embargo, uno no es intolerante (que si los hay) y comprende. No se espera un completo dominio del lenguaje, se van comas, letras, acentos, ostras por osas. Nadie es perfecto y se agradece el esfuerzo, porque se nota cuando hay interés, respeto por el ojo ajeno. Sobre la marcha se va mejorando, no hay que estresarnos, como tampoco ofendernos si alguien nos señala un error; se corrige y listo. Todo fuera como eso.

Dicen también que lo hacen porque son “rebeldes”. Pues si consideran el camino de la rebeldía, les aconsejo mejor aprendan a expresarse correctamente, que no veo a nadie que tomen en serio  un twit incitando a la población «sHi LosCriÍIvEn aSHíi».

Convenciones sociales, de preferencia, no negociables. Y en un mundo donde la mayoría  de nuestros conflictos son por problemas de comunicación, lo más lógico sería no «echarle más tierra al asunto».

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