Andar en moto por Peñasco

Primero el gasolinazo (que a muchos ya se nos pasó el furor, pero la gasolina sigue estando cara), luego que el carro definitiva y oficialmente emitió su declaración de “hasta aquí llegué” y entró en coma, seguido del vocho que tiene mucho apego por la inercia (si no lo empujas no prende, y si no lo prendes seguido ya no prende jamás). Como pueden apreciar, el asunto automotor en mi casa está un poco extraño.

Lo interesante de todo esto es que Ariel tiene su moto (seguramente lo ha ya visto por el puerto en su scooter gigante), y todo fluye divinamente hasta que entro yo en la ecuación.

Raite, movimiento, translado, llámenle como quieran.

Mi primera vez fue horrible. Me alargaron un casco amarillo que me quedaba grande (y que tuve que ponerme un gorro de lana) y sin mucha ceremonia me dijeron «trépate».

—¿Así? ¿Nada más? ¿Una pierna de un lado y la otra del otro y ya? ¿Esas son todas las indicaciones?

—Bueno, agárrate fuerte— recibí por contestación y tragué saliva, mucha saliva.

En el carro, cierro la puerta, me pongo el cinturón, e incluso, puedo poner el radio. Este vehículo me sentía totalmente desprotegida; veía el suelo muy cerca, el pavimento muy rasposo, el pantalón muy delgadito y mi piel, de momento se me antojó demasiado frágil.

Me abracé como si fuera mochila de paracaídas, gritando internamente en muchos idiomas. El casco aparte de amortiguar sonidos, también hacía lo propio con algunos insectos; los vi estrellarse en la mica. Algunos otros, creo me los tragué. No, no creo ¡me los tragué! En medio de la calle estaba una bolita de bichos que atravesamos sin siquiera soltar tantito el acelerador.

Desde entonces, con los carros en huelga, y yo me he movido lo menos indispensable. Hacía un mantra y un ritual  antes de subirme a la moto (gorro, casco, lentes, siempre olvidaba el tapabocas, bolsa bien cerrada, pantalón bien acomodado, chancla bien metida). Terminaba con dolor de muelas, los tobillos engarrotados y las piernas temblando, de todo lo que apretaba.

Además, Ariel llegaba con dolor de cabeza por todos los cascazos que le propinaba cada que aceleraba o frenaba. Estaba demasiado cerca.

Y ese es un tema a discutir ¿cómo te agarras en una moto? ¿Cuales son las normas de etiqueta? ¿Qué estilo debes elegir? ¿El de perrito de pradera: la espalda recta y las manos sobre los hombros de quien maneja? ¿Ir de espaldas (no recomendable para mi)? ¿La de chico cool nada pasa, que es sacando el pecho, y agarrarse de cualquier asidero que haya detrás? ¿La de tlacuache (que cabe señalar que es la que adopté), que es abrazarse de lo que alcances con uñas y dientes? ¿La de “estoy chineando al conductor”, que es pasarle el brazo por el cuello en una expresión de total pánico? ¿La de sabroseo indecoroso de lonja?  No sé ¿Cómo debe de ir uno para verse medianamente respetable? Por favor díganme, estoy abierta a sugerencias.

A mí, que me encantan los carritos chocones, caía en estado de terror cada que el artilugio de dos llantas daba vuelta. Sentía que iba a probar la arena del camino con el costado, llegando a mi destino estilo Harvey Dent, sin siquiera meter las manos.

Tema aparte, claro que por supuesto que intenté usar la bicicleta. Muy verde yo (obvio, hablando de ecología y en experiencia), pero digamos que gracias al sistemático tormento aplicado a mis “cuartos traseros”, no terminamos en buenos términos. La terminé botando por el bien de todos los involucrados.

Intentamos de nuevo empujando el vochito. Como media hora dándole vueltas a la calle, que parecíamos, de menos, loquitos crossfiteros extremos (no quería que se fuera muy lejos), a lo que Ariel decretó cuando me vio roja tomate, casi sin resuello  «Lo que pasa es que te hace falta más fuerza y punch». Y obvio le respondí (más que nada, a puras señas) que metiera el … carrito él solo.

Entonces, ayudemos al medio ambiente y perdámosle el miedo a andar en moto.

No fue nada fácil. Aquí hay tres costumbres que me ponen los pelos de punta: El de usar camionetas enormes, el no usar direccionales y el de revisar sus teléfonos mientras manejan. Combinen dos y tienen a Moka con cara de Sheldon Cooper pasándose los altos (o en la motito de Wolowitz).

Sentía a los carros cruzando y a los baches como afrentas personales.

Entre otras contrariedades están el de que no es un buen medio de transporte si llevas café, o cualquier tipo de líquido ingerible. No sirve para hacer el súper (obvio), y no se puede llevar más de una mochila por vehículo. Olvídate de los peinados coquetos.

Pero, como bien dicen, a todo se acostumbra uno menos a no comer (y tengo mis dudar con eso). Día con día he ido soltando los miedos (sigo con el proceso); cambié el mantra de “¡no quiero morir!”, por el de “si he de morir, qué sea rápido”. No es sano, pero es menos urgente.

Y terminó por gustarme. Su vaivén, su practicidad (¡siempre hay lugar para una moto!). Todavía no me animo a cruzar más allá de las vías del tren; mis incursiones han sido más bien cercanas; Malecón, Mirador, muelle, Casa de Cultura, oficina (jamás iría hasta el Sams en ella, lo más lejos que he llegado, son a los Jugos Ayala), pero tienen su tinte romántico; verano, el viento con olor a sal en la cara (dejemos a los ocasionales bichos de lado), la vista del mar, el ambiente desenfadado de los días soleados playeros, el aire refrescando todo tu cuerpo. La verdad es que todo eso hace que la sonrisa brote fácil.

Muy rico. Golpea un sentimiento de aventura optimista.

Me sentí como en película de Woody Allen; dos individuos en Vespa aventurándose por las calles de Roma, o yo que sé. Claro, estoy consciente de que no es Roma, pero Peñasco está bonito y no lo había visto desde los ojos de una persona sin prisas en moto. Haciendo paradas, disfrutando del ambiente, porque no  te abstraes igual que si vas en auto, su misma constitución te obliga a estar más al pendiente del entorno, a usar todos tus sentidos. Por eso el romance. También estoy al tanto de que Ariel y yo estamos un poco más rellenitos que los típicos protagonistas de película (un poco dije), y que su moto no es ninguna delicada Vespa; más bien es ruda (qué bueno, si no ahí andaría, rodando y sacando chispas), una Yamaha metalera que cruza las calles Like a rainbow in the dark (Googlenlo).

Es interesante andar así.

Sin embargo, espero con ansias locas el día en que el carro sirva. Mientras tanto, tengan cuidado en las calles, por favor no revisen sus celulares mientras manejan, que me pueden llevar de corbata.

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