De altura.

Volare, oh oh

Cantare, oh oh oh oh

Nel blu dipinto di blu

Felice di stare lassu

 

Seguro más de uno me habrá escuchado (o en su defecto leído) sobre mis desventuras y quejas cuando viajo en camión (y si no, no se preocupen. Como resumen les puedo decir, que lo hago y mucho).

Necesarísimo este tipo de transporte, totalmente de acuerdo, y comprendo que hasta hace no muchos años, el transporte terrestre en esa región era lamentable.  Pero, aun así, a casi cualquier destino, salir o llegar a Peñasco significa gozar de medio día de paisajes desérticos desfilar por tu ventana. Y las horas se acumulan cuando esa es apenas la primera escala.

Sin embargo ¿qué me dicen de viajar en avión? Bueno, déjenme decirles que es como el Gran Silencio: Es la pura sabrosura. Una calma mental, porque es tan poco el tiempo que no hay necesidad de esforzarse por entretenerte,(como en el camión y sus películas, que agradezco infinitamente… menos la del Chango Macaco -o como se llame-, esa no. Aún tengo pesadillas con esa animación). En cuanto te recargas en el asiento, puedes darte el gusto de ir escuchando el silencio y el zumbido de los motores. La vista por la ventana es surreal; El mar de un lado azul, que crece y se funde con el cielo, chocando con otro que se vuelve dorado por los rayos del sol, y por la otra ventana se aglomeran las nubes grises. Al fondo se extiende un tapiz amarillo con manchones verdes, con caminos y surcos que poco a poco se llenan de agua. Me imaginé de pronto como mosquita volando sobre pan enmohecido.

Es tan breve el lapso de tiempo que no te da chance ni de terminarte la bebida de cortesía. Nunca había descendido con una buena cantidad de líquido aun bailoteando en la lata; asciendes, pasan unos minutos, avisan que van a pasar el carrito de servicio. Diez minutos después avisan sobre el descenso y uno nada más con cara de «¿Y qué hago con esto? ¿Me lo tomo de un jalón? ¿Lo dejo, se lo doy? ¿Cuál es el protocolo?». La verdad, decidí dárselo, no se me hizo que yo pudiera soportar estoicamente seguir bebiendo durante las vueltas y el aterrizaje. No son muchas vueltas, solo las necesarias para alinearse con la pista del aeropuerto de Peñasco.

Obvio, el volar tiene sus restricciones, como los días que sale el vuelo (jueves y domingo, nada más) y el equipaje que pueden llevar; una maleta de no más de 25 kilos y el de mano que según no debe excederse de los 10 kilos, pero no se asusten, en YouTube hay infinidad de videos sobre como empacar eficientemente, que si los enrollados, que si los de acomodar tipo sándwich… créanme, si sirven. Vi uno cuatro veces y metí hasta lo imposible en la maleta.

Yo no lo compre redondo, sino que regresé desde la CD de México (de ida sí tomé mi respectiva “ruta escénica” en camión) y la verdad hasta pone de buenas ver “Pto Peñasco” en la  pantalla que indica la salida y el vuelo; Y aunque odie, y me fastidie cruzar una y otra vez los filtros de seguridad, (saca la lap, la Tablet, la cámara, el teléfono, el libro que te compraste por ahí o que ya no cupo en la maleta, pon todo en bandejitas; que nunca están conformes y siempre preguntan sobre algo que trae la mochila, pon todo en su lugar y cuida que no se te olvide nada, Hammeken, que así perdiste una Kindle una vez), todo esto bien vale la pena. Ya en la sala de abordar vas por un cafecito, te tomas una o dos selfies, esperas el like y ¡listo! Ya están llamando para subir.

Eso sí, el avión es pequeño. Yo me golpee la cabeza dos veces al acomodarme. Además, en mi viaje, mis hermanas tuvieron a bien en sorprenderme una cafetera, de esas de Dolce Gusto con motivos de Frida Kahlo (una hermosura), y era demasiado bulto.  En el avión normal si cabía sin problemas; pero en este había poco espacio. Lo bueno es que jugando al tetris, sí pudimos acomodarlo en uno de los compartimentos (bueno, la aeromoza, demostrando experiencia en esos menesteres, fue la que logró tal hazaña; yo me quedé ahí parada junto a ella, asintiendo de forma analítica con la cabeza, como si eso sirviera de algo).

Pero ya una vez en tu lugar, te olvidas de todo. Te dan esas cosquillas de emoción, porque vas a llegar rápido y con ánimo de cenar o hacer cualquier otra cosa, porque no llegas engarrotado y entumido.

Y mientras el avioncito tipo Embraer ERJ 145 cruzaba el cielo, yo cantaba en mi cabeza, feliz de estar arriba, porque la verdad no se compara una hora contra seis que se avienta el camión.


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